Hojas en blanco


Desde que recuerdo, cada vez que inicio un cuaderno, suelo dejar una hoja en blanco. Después de todos estos años me pregunto: ¿cuántas hojas habré desperdiciado en el transcurso de mi vida?

Ideas absurdas como esta llenan mi mente, como el presagio de un nuevo tormento. Pronto, si dejo a mi mente avanzar, me veré frente al espejo y atacaré en silencio a mi cuerpo delgado, obsoleto y poco temerario. Mis dientes desalineados, cicatrices, la desigualdad de mis ojos y cuán pequeño defecto pueda encontrar en aquel pedazo de cristal frente a mí, en aquella imagen que se burla de mi amor propio y me empuja a la tristeza de tolerar mi propia humanidad.

Volví a casa hace algunos meses tras una larga temporada de viajes sin sentido, el chillido de la puerta me fue tan familiar que al observar el recibidor creí verlo esperándome sobre el sillón, encendí la luz, aspiré lento, buscando su aroma e inmediatamente, el polvo acumulado por horas infinitas de abandono se apoderó de mí. Esa noche estornudé tanto como lloré y al final de ella, con la luz filtrándose por los lados de la cortina, me di cuenta de que jamás sería capaz de superarlo, al menos eso creí mientras sentía a la mañana apoderándose de toda mi oscuridad.

Hoy ya no aspiro polvo añejo, ni busco su aroma en ninguna esquina, aún lloro de vez en cuando, aún lo recuerdo y me vuelvo loco, pero los espacios entre las crisis se van haciendo prolongados y gracias a ello, tengo esperanza en que el dicho trillado que dice "el tiempo lo cura todo" deje de ser solo un dicho y se convierta en mi futura realidad.


                                                                                                                Nilton Maa

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