El refugio de sus pupilas

Algunos meses atrás, Alexandra Arana y yo, realizamos un ejercicio de creación del cual nació este cuento que hoy queremos compartir con todos ustedes. De la mano con este trabajo, Yoshitake Ogusuku nos presenta este dibujo trabajado especialmente para nuestro cuento.


                                     
 

Yoshitake Ogusuku:

Dentro del sueño se revelan todos nuestros deseos y miedos. Estar casi desnudo representa el miedo que siente el protagonista, un miedo que se le escapa de las manos; esto se refleja en la sangre de sus pies. Su cabello representa al desastre que tiene dentro de su mente y su corazón, ya que el cabello lleva el significado de la fuerza espiritual, mientras que, las lunas son el siclo de su sueño.

El demonio representa al miedo que sale para torturarlo. 

A la izquierda está el señor de los sueños. 

La niña que está en el medio es la hermana, quien representa su seguridad, sin dejar de sentir aquello que siente su hermano en medio del trance.



El refugio de sus pupilas.

La luz del poste titilaba, como dando señales de algún peligro cercano. Frente a nosotros, la vereda parecía interminable, los arbustos en los jardines la decoraban con un movimiento casi imperceptible. Una vez más, imaginé a las sombras desprendiéndose de los cuerpos inanimados, transformándose en criaturas sedientas de miedo. Contuve el aliento, como si temiese ser escuchado, la calle vacía parecía hacerse más larga y justo cuando creí que desfallecería, su mano atrapó la mía, me observó a los ojos y respiró profundo, soltando un suspiro que me obligó a suspirar también.

-          Calma -me dijo, pero sus manos sudaban. Juraría que compartía la angustia.

Los pasos hacían un eco extraño. El sonido no era de la suela contra el pavimento, parecía más un crujir. ¿Acaso sería del asfalto ya carcomido? ¿O eran las hojas de invierno abandonadas por la ventisca de madrugada? Fuese cualquiera la razón, no me atrevía a bajar la mirada. ¿Cómo terminamos ahí? Alguna vez escuché que quienes compartían los traumas también compartían los sueños. ¿Pero este lo era? Jalé su mano. No quería seguir. Le insisto:

-          Las sombras tienen vida. 

 A pesar del temor que sentí a través de sus manos, su mirada no dejaba de ser serena. Ella tenía todo un mundo detrás de esas pupilas. Normalmente, me habría pedido que deje de mirarla, pero esta vez, ella también buscaba algo dentro de mis ojos. Quizá nos habríamos mirado en silencio el resto de la noche, pero las luces de un carro pasando al lado nuestro, nos trajo de vuelta a la madrugada de la que suelo esconderme entre las sábanas. Le he temido siempre a la oscuridad, sin embargo, en algún punto de mi adolescencia, sentí que la noche me llamaba. Me acerqué a la ventana sintiendo la humedad del invierno subir despacio por mis tobillos. observé el cielo, siempre nublado en Julio y sentí que alguien me observaba desde algún punto que no lograba identificar. El sonido del viento se hizo presente, mientras la certeza de saberme en peligro me obligó a esconderme en el armario.

-          estamos solos esta noche - dijo ella, sacándome del trance - tu y yo, nada más importa. nunca hubo luz, ni camino, pero siento tu mano en la mía y sé que es real.

Tocó la puerta del armario. Un golpe que, desde dentro resonó como un martillo. La piel: un sudor frío.

-          ¡Detenlo! -grité.

La presión en el pecho. El aire más ralo.

-          Sal, por favor.

¿Para qué? Desde dentro, las sombras no se distinguían. Incluso me resultaba atractiva la idea de volverme una. Murmuro: “¿Por qué insistir?”. Ella de niña también tenía esa costumbre: ocultarse en el armario. No solo eso. Dormía, comía, lloraba y hasta hablaba en él; incluso recuerdo, había dominado la habilidad de leer en su interior. Ella creció -¿qué sucedió?- y no volvió al clóset. Pero ahora, ¿por qué yo no podía formar parte de ese placer? La tranquilidad del encierro. Quizás podría por fin superar ese “temor sin sentido a la oscuridad”. 

Abrió la puerta. Siempre había sido una posibilidad. El encierro, bien lo entendía, no podía durar por siempre. El farol delante de nuestra ventana. Su cuerpo. La contraluz. La sombra. Y otra vez, el miedo.  

-          Aquí estoy -su mano, firme. Ahora seca-. Lo que tocas, lo que sientes, eso es real.   

Siempre fuimos reales, frente al armario, aquella noche y sobre la vereda, esta vez. Nunca hubo diferencia entre nuestros miedos, sin embargo ella podía transitar, sin vacilar un solo momento, por los rincones más lúgubres en noches donde las luces no iluminaban. Volví la mirada sobre la suya y me aferré a su mano con determinación.

-          Vamos a casa, hermanita.

 Le dije, ella sonrió, dejando un brillo dentro de mí que ninguna sombra logra apagar.


                                                                                        Nilton Maa - Alexandra Arana




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